Leyó de nuevo aquél párrafo “El amor es un fuego inextinguible, un hambre insaciable”. Cerró el libro. Sonrió.
Recordó que su corazón cambió cuando volvió su suerte. Olvidó su estado deprimido y recibió con entusiasmo el propósito de conquistar esa idea en su mente nueva.
Su corazón se tornó juguetón y durante aquel día permitió que sus puertas permanecieran abiertas a la redondez del mundo. Imaginó que era domingo, porque los domingos recogía los demás días de la semana para coserlos a su manta de sueños.
Ese día encontró un pedazo de una mañana de sábado. Y se la guardó en el bolsillo para hacer un regalo al alma. La ultima vez que el corazón vió al alma estaba desnuda y quedó prendado de su belleza.
Su alma hoy llevaba flores enredadas en el pelo, para la ocasión.
Vestido de emociones y calzado de satisfacción, observó su reflejo, pues la cara es el espejo del alma. Allí su corazón besó su alma y ésta le regaló las flores que arrancó de su pelo.
Emocionado, le regaló la manta de sueños que estaba tejiendo. Y éstos se escurrieron rápidamente por el desagüe de su quimera, pues esos sueños eran exclusivos para corazones convalecientes, y no para almas engalanadas.
Pero no le importó, porque aún guardaba en su bolsillo aquel pedazo de mañana de sábado…