miércoles, 2 de diciembre de 2009

La EstatuA (un cuento, para variar)

Llegaba tarde. Sabía que llegaría tarde. Había estado indecisa, pensando si llevarse puesto su corazón o dejarlo en casa. Hacía tanto tiempo que no lo sentía que ya no lo recordaba. Finalmente decidió cogerlo y lo metió bajo su pecho. Salió apresurada de casa y, con pasos firmes, llegó hasta la plaza. Se sentó en su banco. Estaba triste, pues hoy tenía una cita con la Vida y se había dormido. Llegaba tarde. Sabía que llegaría tarde. Miró el reloj de la plaza y supo que ya no vendría. Esperó y perdió la noción del tiempo, le parecía que llevaba allí toda una eternidad.
Pero sí que vino, la vió de lejos, acercándose sonriendo. Se quedó inmóvil, notando como un líquido cálido resbalaba por su cara. ¿Eran lágrimas? No recordaba cuándo fue la última vez que lloró. Ni tan sólo recordaba cuanto tiempo había estado allí sentada. Cuando la tuvo a su lado ni siquiera parpadeó. Quería acariciarla, quería besarla, pero su cuerpo no reaccionaba. Bajo su pecho notaba como algo se marchitaba. Vida se fue y ella se quedó allí, estática. Palomas inquietas revoloteando sobre su cabeza le indicaban que la tarde arreciaba. La lluvia no cesaba, y se dio cuenta de que no lloraba. No eran lágrimas lo que notaba, eran las gotas de lluvia que la golpeaban.
Y allí sentada, asumiendo su condición de estatua, vio alejarse a la gente que la observaba, hasta que se quedó sola en la oscuridad. Ella y la luna que la velaba, en ese banco que sería ahora su casa.