Pero sí que vino, la vió de lejos, acercándose sonriendo. Se quedó inmóvil, notando como un líquido cálido resbalaba por su cara. ¿Eran lágrimas? No recordaba cuándo fue la última vez que lloró. Ni tan sólo recordaba cuanto tiempo había estado allí sentada. Cuando la tuvo a su lado ni siquiera parpadeó. Quería acariciarla, quería besarla, pero su cuerpo no reaccionaba. Bajo su pecho notaba como algo se marchitaba. Vida se fue y ella se quedó allí, estática. Palomas inquietas revoloteando sobre su cabeza le indicaban que la tarde arreciaba. La lluvia no cesaba, y se dio cuenta de que no lloraba. No eran lágrimas lo que notaba, eran las gotas de lluvia que la golpeaban.
Y allí sentada, asumiendo su condición de estatua, vio alejarse a la gente que la observaba, hasta que se quedó sola en la oscuridad. Ella y la luna que la velaba, en ese banco que sería ahora su casa.